Ojalá que cuando ofendas
a quien contigo estuviere,
te diga una voz por dentro:
¡no estás siendo el Dios que eres!

Y ojalá también que seas
de esa voz buen receptor,
pues su palabra certera
¡es la del Yo Superior!

Cada vez que tú subsanas
un yerro o una omisión,
ya sea reparando el daño,
o sea pidiendo perdón,

sientes como si por dentro
te aleteara un colibrí,
y una paz inmensurable
surge muy dentro de ti…

Y es que estás reconociendo
con ese gesto fraterno,
que aquél al que le fallaste
¡también como tú es Eterno!,

porque a todos nos fundieron
en idéntico crisol,
y llevamos dentro nuestro
destellos de un mismo Sol.

Y nadie dice que es fácil
actuar así inicialmente,
pero cuando te habitúas
¡te surge instantáneamente!

Tal vez te lleve algún tiempo
moldear tu nueva plantilla,
más si tu intención es pura
¡ha de brotar la semilla!

Y aunque de nuevo fallases
andando por donde fueres,
y otra vez la voz repita:
¡no estás siendo el Dios que eres!,

ya sea que te halles solo
o te halles en multitud,
la escucharás y allí mismo
¡transformarás tu actitud!

Y respirarás muy hondo,
y te llenarás de amor,
y la Luz adentro tuyo
te inundará de esplendor.

Y subsanarás entonces
de prisa tu desacierto,
y serás, para el que heriste,
como agua en el desierto…

Y te dirás a ti mismo
-tal vez un día como hoy-,
con una sonrisa plena…
¡AHORA SOY EL DIOS QUE SOY!