Ojalá que cuando ofendas
a quien contigo estuviere,
te diga una voz por dentro:
¡no estás siendo el Dios que eres!
Y ojalá también que seas
de esa voz buen receptor,
pues su palabra certera
¡es la del Yo Superior!
Cada vez que tú subsanas
un yerro o una omisión,
ya sea reparando el daño,
o sea pidiendo perdón,
sientes como si por dentro
te aleteara un colibrí,
y una paz inmensurable
surge muy dentro de ti…
Y es que estás reconociendo
con ese gesto fraterno,
que aquél al que le fallaste
¡también como tú es Eterno!,
porque a todos nos fundieron
en idéntico crisol,
y llevamos dentro nuestro
destellos de un mismo Sol.
Y nadie dice que es fácil
actuar así inicialmente,
pero cuando te habitúas
¡te surge instantáneamente!
Tal vez te lleve algún tiempo
moldear tu nueva plantilla,
más si tu intención es pura
¡ha de brotar la semilla!
Y aunque de nuevo fallases
andando por donde fueres,
y otra vez la voz repita:
¡no estás siendo el Dios que eres!,
ya sea que te halles solo
o te halles en multitud,
la escucharás y allí mismo
¡transformarás tu actitud!
Y respirarás muy hondo,
y te llenarás de amor,
y la Luz adentro tuyo
te inundará de esplendor.
Y subsanarás entonces
de prisa tu desacierto,
y serás, para el que heriste,
como agua en el desierto…
Y te dirás a ti mismo
-tal vez un día como hoy-,
con una sonrisa plena…
¡AHORA SOY EL DIOS QUE SOY!
Mi amado Jorge:
Que difícil es perdonar cuando desde niña te hirieron y lo siguieron haciendo sin perder oportunidad pues vives con esa persona y a diario ahí está.
Un día sufrió un accidente vascular cerebral y aún así siguió siendo una tirana.
Sin darme cuenta y por no manejar mis emociones, me dió cancer y después por hacer esfuerzos con ella terminó por romperse mi columna vertebral.
Hoy en día paso por una larga y dolorosa recuperación, pero gracias a eso pude alejarme de ella, he sanado el rencor, la rabia y el odio que sentía.
Fue una fuerte lección de vida,
ante una persona supresiva se debe poner espacio de por medio y aunque sigue aquí, la veo a distancia, desvalida, sin experimentar amor, por eso la perdono, la deuda está saldada, no se por cuántas vidas nos encontramos y nos hicimos daño, la libero y la dejo ir, ya es tiempo que yo sea Feliz.
Ahhhh, mi preciosa amiga!!!
Qué duro ha sido tu aprendizaje, y cuánto dolor has experimentado en su transcurso!
Pero mira al fin qué frutos maravillosos ha dado tanto sufrimiento: ¡has aprendido a perdonar! (y es tan reconfortante y tan aliviador ese sentimiento!)
Y bien lo resumes tú cuando expresas: «…he sanado el rencor, la rabia y el odio que sentía.»
Te felicito de todo corazón…, porque como bien dices al final: «ya es tiempo de que seas feliz…»
¡Aplausos, aplausos, aplausos para ti!