Si acaso, mi amigo, tu salud flaquea,
¡háblale a tus células con honda emoción!:
pídeles que cumplan bien con su tarea,
y que restablezcan su óptima función.

Dirígete a ellas de forma serena,
y con la inflexión que mejor te cuadre:
con el tono dulce de una madre buena…,
¡o con la firmeza con la que habla un padre!

Pero siempre hazlo de manera suave,
como si le hablaras al ser más querido,
¡porque en el amor reside la clave
para que el mensaje sea correspondido!

Y diles las frases que surjan de adentro,
las que más te nazcan desde el corazón:
“¡vuelvan, mis amadas, a su justo centro…,
recobren ya mismo su alta perfección!”

“¡Restauren ahora la exacta plantilla
de vuestro perfecto diseño inicial!”.
“Recuperen, niñas, la luz que más brilla:
¡la de vuestra impronta completa y cabal!”

“Las amo, pequeñas, y les agradezco
que aquí, en este instante, reciban mi amor,
y que restablezcan lo que me merezco:
¡que mi ser recobre todo su esplendor!”.

Cuando tú sostienes, con suave insistencia,
ese sentimiento de alta apreciación,
creas un efecto llamado “coherencia”
en el magnetismo de tu corazón.

Y como ese campo se halla conectado
con el vibratorio Campo Universal,
nos responde siempre… si le hemos hablado
con su propio idioma: el “emocional”.

Ellas, de ese modo, “captan” tu mensaje…,
perciben “la carga” que lleva tu acento,
y vibran felices de darle hospedaje
al amor que envías con tu pensamiento.

Y así, agradecidas de que al fin les hables
con tanta ternura, con tanta atención,
responden veloces a tu trato amable
apurando el curso de tu curación.

¡Háblales, amigo, con genuino afecto…,
y mientras les hablas, “siéntete” sanado,
saludable, fuerte, vital y perfecto,
con tu cuerpo entero todo iluminado!

¡Has que ese cariño se torne ostensible…,
has que lo transmita tu tono de voz…,
y te darás cuenta que no hay imposibles
para aquél que asume que es parte de Dios!