Si están tus ojos llenos de pensamientos
que van y vienen como la marea,
se vuelven filtros que sin miramientos
ocultan la belleza que te rodea.

Cuando no es la mirada “recién nacida”,
cuando no hay inocencia en la percepción,
se ausenta la hermosura que hay en la Vida,
y se empañan los ojos de la intuición…

Deja que
el esplendor
llene tu alma de luz y de color,
y ábrete
sin tamiz,
que la belleza te pone feliz…

Estando calmo, sin ningún afán,
verás lo hermoso que se halla presente,
que hasta en la lava enfriada del volcán,
también brota la flor más refulgente…

Más no sólo hay belleza en “el afuera”,
y por más que deslumbre lo exterior,
la hermosura más pura y verdadera,
es aquella que nace en lo interior.

Al igual
que la flor
se abre a la aurora
con dulce candor,
tú también
ábrete,
que hay más belleza
que la que se ve…

Indaga por detrás de lo formal
utilizando -como un monje zen-
la vista ampliada de tu Yo Real:
las cosas brillan más cuando se ven
con la mirada del ser corporal,
y los ojos del alma también…