Cuando los disgustos llegan por doquier
con su forma brusca de hacernos crecer,
puedo ver que es siempre la reacción violenta
la que dentro mío provoca tormenta.

Entonces inspiro…, y atraigo energía:
¡una luz radiante como un mediodía!,
que las va elevando a mis vibraciones
con sus poderosas ondas de fotones.

Inhalo… y exhalo, y la circunstancia
que estaba acechando, pierde su importancia;
y lo sigo haciendo sin desconcentrarme
para que el enfado no pueda encontrarme.

Y una calma dulce me llena de paz…,
paz conmigo mismo…, paz con los demás…:
y ya no hay espacio para la fricción,
¡porque no hay más juicios en el corazón…!

Simplemente acepto todo lo que viene,
y tomo el regalo que para mi tiene.
¿Y cómo podría asomar la ira,
cuando es amorosa la vista que mira?.

Por eso me he vuelto pausado, muy lento,
para la molestia, para el descontento…,
y ahora que dejo que mi paz irradie,
¡ya no me disgusto con nada ni nadie!