Te noto, amigo, con mucha urgencia
tras lo que sea, cualquier asunto,
casi “en estado de emergencia”…,
por eso, ahora, te pregunto:

¿Vale la pena, buen camarada,
vivir corriendo, siempre apurado,
con una agenda muy apretada,
y habitualmente malhumorado?

¿Se justifica todo esa prisa,
-como si huyeras de ti mismo-,
siempre en el borde de la cornisa
y casi a un paso del abismo?

¿Qué tal si quitas tu actual cerrojo
y a ti te dices de forma lenta?:
“ahora a la prisa ya no la escojo,
¡porque ya nada me impacienta!”

O quizá suene más apropiado
este enunciado que nos retorna:
“ahora ya nunca siento enfado,
¡porque ya nada me trastorna!”

O bien podrías (aunque sea obvio),
de esto en tu mente tomar nota:
“ahora ya nunca más me agobio…
¡porque ya nada me alborota!”

O establecer como un decreto
aquella frase que te interpela:
“ahora ya nunca más me inquieto…,
¡porque ya nada me desvela!”

O repetirte, mientras te quitas
cualquier señal de miedo u odio:
“ahora ya nunca algo me irrita…
¡porque ya nada me da incordio!

O ya por último, sobre todo,
grabarte bien esta propuesta:
“ahora ya nunca me incomodo…,
¡porque ya nada me molesta!”

Tú muy bien sabes, compañero
que esta existencia contradictoria,
(con “¡aleluyas!” y con mil “peros”),
¡es una etapa transitoria!

Y así, sabiendo que es un capítulo
de un Guión que aún tiene muchos más,
¿por qué no pruebas, en el fascículo
que ahora transitas… ¡vivir en paz…!?