“¡Doctor…!, ¡me está aquejando, un dolor persistente…!,
-a veces apagado…y otras veces punzante…-,
y no llega de a ratos…ni surge de repente,
sino que se mantiene de manera constante…

¿Que cuándo es más intenso, me pregunta, Doctor?:
a veces me parece que se me intensifica,
cuando compruebo a diario que hay tanto desamor…
¡y velar por el otro ya nada significa!

Y también, por momentos, me daría la impresión
que este padecimiento se me hace más pesado,
cuando veo de qué modo se ignora al corazón,
¡y que a nadie le importa lo que sufre el de al lado!

Y cuando no se cuida ni siquiera a los niños…,
y es moneda corriente el daño y el abuso…,
y cuando a los ancianos no se les da cariño…
¡y la ternura es algo que ha quedado en desuso!

¿Será grave, Doctor, esta dolencia mía,
que me oprime, y me impide ser un poco feliz…,
y que tanto de noche, -como tanto de día-,
me tiñe la mirada de un mustio tono gris…?”

-Mmmmmm…, me temo, mi amigo, que su problema es grave;
¡no pretendo alarmarlo! -valga el aclaratorio-,
pero lo que lo acosa, es algo extraño, ¿sabe?:
¡pocas veces lo he visto aquí en mi consultorio!.

Y lamento decirle que esto no tiene cura:
justo en dónde la fe con la esperanza empalma,
se ve claro, en sus ojos, que hay una mancha oscura;
mi diagnóstico es simple: ¡a usted le duele el alma!.