Tal vez pensabas que era la pobreza…,
o la crueldad de un mundo que te asombra,
o esos viejos problemas de salud…,
o entes siniestros actuando entre las sombras…

¡Pero es el miedo en sí tu antagonista!:
entra por la más mínima ranura,
se desparrama por tu vida entera,
y al apagar tu luz…, ¡te deja a oscuras!

¿Y de qué sirve un fósforo apagado…,
un faro que en la noche no se enciende…,
una linterna que agotó sus pilas…,
o el candelabro aquél que nadie prende…?

¡La oscuridad es el hogar del miedo,
con su lúgubre estela de terror,
y su frecuencia vibratoria densa
te lleva a imaginarte lo peor!

¡Y allí es donde comienza su victoria!,
porque por ley, atraes lo que piensas,
y en esa profecía autocumplida,
él se asegura de que no lo venzas…

Sabe que su batalla está ganada
cuando el temor la impregna a cada idea,
porque no olvides nunca, compañero,
que siempre, siempre… ¡el pensamiento crea!.

¿Cómo cuidarse de esa sanguijuela
que la vuelve a la vida insoportable?
Sólo hay una salida, compañero:
¡vibrar alto es tu escudo invulnerable!.

Tu elevada energía le da forma
a una esfera de luz que te protege,
un campo de conciencia unificado
que en torno a ti sus envolturas teje.

Ante esa vibración de alta frecuencia,
ya su viscosidad no se te pega;
pasa lo mismo que entre tierra y cielo:
la serpiente hasta el águila… ¡no llega!

La longitud de onda es tan disímil,
que no consigue -ni siquiera el pánico-,
horadar la coraza vibratoria
que le da forma a tu huevo áurico.

¿Y cómo anclar en ti esa vibración?:
mediante pensamientos elevados,
centrados en la luz, en la bondad,
y en la certeza de que estás cuidado.

Y entonces sí puedes marchar tranquilo,
amparado en tu espléndida armadura,
¡que nunca más puede rozarte el miedo,
si tu atención anida en las alturas!