¡A ti te hablo, hijo mío…, amado entre los amados…!
¡A ti…, que marchas perdido…, sin rumbo ni dirección…!
A ti…, que ya no soportas esa cruz que te ha tocado,
vengo a decirte: “¡no temas…, Yo estoy en tu corazón…”!

Sé bien que te has olvidado de esto que planeamos juntos:
cada mínimo detalle…, cada pena…, cada error…,
cada piedra en el camino, cada desgraciado asunto,
cada pesar padecido…, cada triste desamor…

Y tú estuviste de acuerdo con el esbozo trazado…,
y en transitar un sendero de espinas más que de rosas…,
porque querías que en la prueba, -la de vivir encarnado-,
la angustia te desatara de tu apego por las cosas…

Sabías que el sufrimiento, -ese cincel implacable
que corta todos los lazos con filo de bisturí-,
puliría tus aristas de manera poco amable,
¡y haría que en tu congoja te volvieras hacia mí…!

Y es que en tu paso en la Tierra…, ¡qué Maestro es el dolor!,
¡cómo te muestra el engaño de tu universo ilusorio!,
y en su rol desapacible de brutal Despertador
te saca a los sacudones de tu sueño ambulatorio…

Pero la buena noticia es que ahora no precisas
de sufrir para encontrarme…, del pesar y la agonía:
¡puedes hallarme en el medio del alborozo y las risas…,
porque ese es el Gran Regalo que trae la Nueva Energía!

Por eso, precioso humano, ¡amado entre los amados!,
¡deja que seque tu llanto…, deja que lave tus pies…!:
¡si supieras cuánto te honro por el haber aceptado
venir aquí con amnesia… para buscarme después…!

¡Ah…, qué quién soy…, preguntas…?¡Soy “tú mismo” en otro plano!
¡Soy tu “Yo” más expandido…, la Voz…detrás de tu voz…!
¡Soy la Esencia Luminosa que te lleva de la mano…,
y cuando tocas mi rostro…tocas el rostro de Dios…!