Las personas alzan templos
de inusitada belleza,
para honrarlo a Lo Divino
en su Amor y su Grandeza.

Y así levantan iglesias,
mezquitas y monasterios,
y estupas y sinagogas,
venerando el Gran Misterio.

Y cada templo persigue
un destino ya trazado:
el de impulsar al creyente
a contactar Lo Sagrado.

Pues todos buscan lo mismo
al ir tras lo sacro en pos:
en el más puro silencio
tocar el rostro de Dios.

Y así, más allá del credo
que se profese en su estancia,
cada santuario funciona
de “caja de resonancia”.

Y en ambiente recoleto,
o en majestuoso escenario,
la vibración que allí pulsa
invita a Lo Extraordinario.

Y al que esté completamente
sumido en su ser interno,
puede que tal vez le llegue
un atisbo de lo eterno.

Sin embargo, el más valioso,
el de mayor resplandor,
es ese templo que alzamos
en nuestro propio interior.

Y entre sus columnas santas,
hechas de Luz solamente,
es en donde, estremecidos,
nos fundimos con La Fuente…