Inspiras hondo, larga, suavemente
mientras te invade un sereno sopor,
y sientes que de a poco, tenuemente,
“la realidad” se esfuma alrededor.

Ya suelto, laxo, flojo, relajado,
y leve como un copo de algodón,
te vas meciendo de uno hacia otro lado
en una ocasional oscilación.

El giro del Merkaba se acelera
y en esa mecedura encantadora,
ya no hay expectativa ni hay espera:
¡solo hay la magia de un perfecto “ahora”!

¡Ah…, que dulce y extraña maravilla
que te va desbordando en ese estado!:
y ya ni te das cuenta de la silla
en la que en ese instante estás sentado.

Y tu columna vertebral se envara
de forma totalmente involuntaria,
y sientes que tu cuerpo y que tu cara
irradian una luz extraordinaria.

En esta liviandad se cae el velo
que lo ocultaba a tu Yo Mayor,
y tu Alma te lleva hacia ese Cielo
donde hay únicamente resplandor.

Tu cósmica memoria almacenada
abre muy suavemente sus portales,
y te disuelves en la Luz Sagrada
de vibraciones multidimensionales.

Así entregado a Todo Lo Que Es,
comienzas a sentirte cristalino,
y te recorren, de cabeza a pies,
indescriptibles brillos diamantinos.

Y es que Lo Inmenso en ti solo esperaba
que elevaras tu propia vibración,
para que de ese modo lo soltaras
al viejo velo de la percepción.

Cuando tu “antiguo ser” pierde sustancia,
y empieza a evidenciarse “Aquél Que Eres”,
emerge en ti con toda su fragancia
la Luz que existe ya en todos los seres.

Y cuando sales de esa epifanía
y vuelves a este plano terrenal,
se queda en ti ese brillo todo el día
junto con su armonía angelical.

Y das las gracias, gracias infinitas
por ese enlace con tu Yo Testigo,
mientras juntas las manos y lo invitas
a que se quede… ¡a vivir contigo!