Después que a la playa besa
la ola se va, complacida,
más siempre, siempre regresa
cual amante arrepentida.

Fugaz también es la historia
de cada nube al pasar:
ignora su trayectoria
y lo breve de su andar.

Igualmente así sucede
con la rosa y su esplendor:
¡no hay forma de que se quede
para siempre su fulgor!

Y así es con todas las cosas
en el cósmico programa:
un día se seca la rosa,
y otro se seca la rama.

Es el formato imperante:
llegar… y después partir…,
¡si hasta el astro más brillante
dejará de refulgir!

Incluso tú, peregrino,
caminas sobre esa huella,
porque eres, en tu destino,
rosa, nube, ola y estrella:

un itinerario fijo,
un plazo que va venciendo,
el trayecto, un acertijo,
y un estar siempre volviendo.

Pero a diferencia de ellas,
tú sientes, en tu interior,
que hay “algo” en ti que destella
con ansias de un Yo Mayor.

Y ese ideal que subyace,
esa ilusión del reencuentro,
te impulsa a mezclar tu envase
con la Luz que llevas dentro.

Y en la medida en que empalmas
el “Yo Soy” y el yo fugaz,
mientras te fundes en tu alma,
¡sabes que nunca te vas!