“No soy de ningún modo
lo que parezco:
soy extensión del Todo…
¡y resplandezco!”

Cuando le das cabida a ese recordatorio,
lo haces a un lado al velo que sin ningún pudor
lo viene separando a tu externo envoltorio
de tu dulce y brillante Ser de Luz interior.

“Ya no pasa un segundo
en que no crezco,
¡porque es dándome al mundo
que resplandezco!”

En la misma medida en que tú a tu ego
decides confinarlo al asiento de atrás,
le muestras al planeta otra clase de juego,
¡uno en el que es posible vivir feliz y en paz!

“Admito solamente
un parentesco:
¡soy hijo de La Fuente…,
y resplandezco!”

Tu reconocimiento de quién en verdad eres
hace que en ti se active tu ADN sagrado,
y que esparzas entonces, allí por donde fueres,
la dulce mansedumbre de alguien Iluminado.

“Y no es de lamparilla
la Luz que ofrezco:
¡es por mi Sol que brilla…,
que resplandezco!”

Cuando has hecho a un costado por fin lo pequeñito
te sales por completo de tu antigua penumbra,
y entonces te sucede lo que nunca fue escrito:
¡que tu luminiscencia hasta a ti te deslumbra!

“Y cuando en mi camino
más agradezco
ese Fulgor Divino…,
¡más resplandezco!”