Allí estás…, mirando el traje
de quien suelta su equipaje
y empieza a doblar la esquina,
y yo te pregunto a ti
mientras te apenas así,
¿quién dijo que se termina?

Tú supones que la muerte
se lo lleva al ser inerte
de esta existencia ya trunca,
pero la Señora Oscura
entre las sombras murmura:
¡yo a nadie me llevé nunca!

¡No puede hacerlo aunque quiera!,
y se queda, plañidera,
viendo a esa Esencia partir:
ya libre de su carruaje
el alma sigue su viaje,
y nada la puede asir.

Y qué extraña paradoja
ese dar vuelta la hoja
de su savia cristalina,
porque aunque allí nos parece
que de algún modo fenece,
¡su existencia no culmina!

Y el viaje que emprende es bello,
y hay algo mágico en ello
porque se divide allí,
y para darte consuelo,
parte queda tras del velo,
¡y parte cerca de ti…!

¿No has sentido, camarada,
que las presencias amadas
de los seres que se van,
de maneras amorosas,
sutiles y silenciosas,
allí a tu lado aún están?

¡Y qué bellas las señales
más comunes y habituales
que dejan alrededor!,
son variadas y sutiles,
angelicales, gentiles,
y siempre llenas de amor:

luces que se prenden solas…,
murmullos de caracolas…
inspiraciones en sueños…,
aromas que nunca oliste…,
o el sentir que ratos tristes
se transforman en risueños…

Y son todas esas pistas
que como eximios artistas
van dejando para ti,
como voces inaudibles
que dicen en lo Invisible:
“¡estoy aquí…, estoy aquí…!”

Y tú, al sentir la evidencia
de su exquisita presencia
hecha de esencia divina,
dirás con suave alborozo,
entre perplejo y gozoso,
¡¿quién dijo que se termina?!