Cuando estés confundido,
lleno de pesimismo,
y sin hallar un rumbo,
¡pregúntate a ti mismo!

Porque tú no estás solo,
te acompañan tres guías
que quieren orientarte
con su sabiduría.

(Aunque estos consejeros
no están fuera de ti:
¡son parte de tu alma,
y siempre ha sido así!)

Y al ver surgir tus dudas,
(de a una… o todas juntas),
ya saben las respuestas
de todas tus preguntas…

Porque al mirarlo todo
desde un plano elevado,
su visión es más amplia
que la del Yo encarnado.

Saben dónde conduce
cada bifurcación,
y cual senda propicia
mejor tu evolución.

Entonces, compañero,
¿para qué andar a tientas,
si tienes a tu alcance
un saber que te orienta?

¡Confía en que te llega
la respuesta adecuada!,
esa que clarifica
cualquier encrucijada.

Esa que te aparece
como un “flash” fugitivo,
una “corazonada”,
un chispazo intuitivo.

Y si acaso al principio
necesitaras “verla”
de manera objetiva
para poder creerla,

puedes usar, mi amigo,
a modo de “bastón”,
un péndulo oscilando
como comprobación.

Del hilo lo sujetas,
inmóvil y tirante,
mientras allí en tu mente
fijas tu interrogante.

Y preguntas de un modo
que admita un “sí” o un “no”,
y luego verificas
hacia dónde osciló.

O si tal vez prefieres
un test inmaterial,
puedes usar entonces
tu destreza mental.

Imaginas bien claro
un semáforo activo:
el rojo indica “no”,
y el verde, “positivo”.

Y teniendo asimismo
tu interrogante en mente,
observas cual color
se enciende de repente.

Con la práctica, luego,
ya no precisas nada:
sin “bastones” te llega
la respuesta apropiada.

Y a partir de ese instante,
sin ningún formalismo,
te alcanzará con sólo
preguntarte a ti mismo…