¡No te temo, miedo…!, sabes? ¡ni un poquito!:
ya ni te respeto, ni me das pavor…,
y es que tú no puedes contra lo Infinito,
contra la Belleza… o contra el Amor…

¡Miedo…, no te temo…!, ¡no puedes dañarme!:
¿cómo hacerle daño a alguien inmortal…?
¡No tienes manera ya de acobardarme
por más que me muestres tu cara bestial!

¡No te temo, miedo…!, si me causas risa,
pues no hallas el modo de asustarme ya:
¿dónde está aquél ogro de horrenda camisa…?,
¿se desafilaron tus garras, quizá…?

¡Miedo…, no te temo…!, ni aunque me arrojaras
a la cara juntos todos tus abismos:
soledad…, pobreza…, salud quebrantada…:
¡son sólo reflejos de un mismo espejismo!

¡No te temo, miedo…!, y hasta me generas
algo de ternura y de compasión,
cuando veo la forma en que desesperas
por causarle heridas a mi corazón…

¡Miedo…, no te temo…!, : tú eres ilusorio,
y aunque me persigas vaya adónde voy,
tu reino es el reino de lo transitorio:
¡no rozas el alma…, y eso es lo que soy…!

¿Sabes una cosa…?: mi luz es interna…
interna es mi dicha…, interna es mi paz:
sé bien que soy parte de la Vida Eterna,
y por eso, Miedo… ¡no te temo más!