Cuando estabas creciendo en el vientre materno,
tu Ángel asignado antes de ser bebé,
grabó estas instrucciones en tu Manual Interno:
“Pasarás por la vida casi en puntas de pie”.

“Tú no serás de aquellos que pisan firme y fuerte:
tú caerás sobre el mundo como un copo de nieve,
y será la alegría de los demás el verte
andando de puntillas, desapegado y leve.”

“Sin aferrarte a nada, disfrutarás las rosas,
conociendo que valen igual que sus espinas,
y sentirás por dentro que ni una sola cosa
podrá hacer que te olvides de tu Esencia Divina”.

“Y sabrás en tu alma, -sin saber los detalles-,
que eres realmente eterno, que no tienes final,
y andarás por el mundo, por sus plazas y calles,
con la confianza extrema de saberte inmortal”.

“Y será esa confianza quien tornará posible
que puedas elevarte sobre cualquier evento,
porque tú representas la Luz de lo Invisible,
y encarnarla en la Tierra será tu entrenamiento”.

Pero las circunstancias, las diarias distracciones,
la lucha por la vida con sus mil y un desvelos,
te fueron alejando de aquellas Instrucciones
que te diera tu Ángel con amoroso celo.

Y tuviste a la fuerza que fabricarte escudos,
y alguna vez incluso hasta sacar tu espada,
y de esa forma oscura, el mundo cruel y rudo,
hizo que disminuya la luz de tu mirada.

Y se te hizo costumbre el vivir desconfiando,
vigilando que nadie te ocupara tu silla,
y a aferrarte a las cosas en vez de andar flotando,
y a pisar con firmeza, en vez de ir de puntillas.

Más sin embargo a veces, sales de tu embriaguez,
y viajas de repente a tu interior profundo,
y en ese repentino rapto de lucidez,
te dices a ti mismo: “¿para esto vine al mundo?”

Y en ese día cualquiera, en esa hora cualquiera,
sientes algo por dentro difícil de explicar,
y te asaltan de pronto, de inquietante manera,
unos inentendibles deseos de llorar.

Y tus ojos entonces se te quedan brillando,
y las lágrimas brotan sin que sepas porqué,
y será que tu Ángel te estará recordando
que no vas por la vida, casi en puntas de pie…