Me dices que eres ateo…
¡y te creo…, sí…, te creo…!

Pero entonces… qué me dices
de dónde están las raíces
de tu amor por tu pareja,
ese amor que en los dos deja
un destello de locura,
cuando ebrios de dulzura
van tomados de la mano…?
¿piensas que eso es algo humano?

¡Y dices que eres ateo…!,
¡y te creo…, sí…, te creo…!

Más cuando nació tu hijo…,
¿no eras puro regocijo,
agradeciendo a los vientos
la luz de su nacimiento?
Y el cariño sin disfraces
que por tu bebé te nace,
esa ternura angelada…,
¿crees que viene de la nada?

¡Y dices que eres ateo…!,
¡y te creo…, sí…, te creo…!

Incluso en tus días más duros,
cuando era negro el futuro
y enorme tu sufrimiento,
¿acaso en ese momento
no sentiste un arroyuelo
de purísimo consuelo
que en tu interior, pertinaz,
te iba llenando de paz?

¡Y dices que eres ateo…!,
¡y te creo…, sí…, te creo…!

Y aún más: te he visto azorado
mirando el cielo estrellado,
hasta romper en sollozos
estremecido de gozo
al escuchar un bendito
acorde del Infinito,
fugaz como un parpadeo…
¡¿y dices que eres ateo?!