No hay nada, mi amigo, nada
que te empine más aquí,
que una “certeza elevada”
vibrando dentro de ti.

¿Por qué “certeza elevada”?,
porque no es una “cualquiera”:
¡ella es la que en tu mirada
pone luz de primavera!

No surge de una vislumbre,
de una idea o una emoción…:
¡es la total certidumbre
que nace del corazón!

A ese saber “no pensado”
lo percibes sin dudar,
¡porque lo lleva grabado
tu estructura celular!

Y es tan fuerte la presencia
de esa convicción en ti,
que no hacen falta “evidencias”
para sentir que “es así”.

Porque ese saber proviene
de todo lo que has pasado,
y se guarda en tu ADN
con amoroso cuidado.

Y es que al igual que un molusco
que una perla va formando
cuando lo intrusa un pedrusco,
y en nácar lo va tapando,

también tú, ante la herida
de cada yerro o dolor,
formaste, vida tras vida,
una perla en tu interior.

Ella cobija la esencia
de tantos aprendizajes,
y te provee asistencia
cuando se hace duro el viaje.

Es tu precioso Inventario
y en cada nueva existencia,
lo vas reflejando a diario
en tu nivel de conciencia.

Es desde allí, que ante el sismo
de un dolor o un desengaño
logras decirte a ti mismo:
“nada puede hacerme daño”.

De allí, que si el ego hambriento
quiere de otro su tajada,
lo hagas a un lado sabiendo
que toda vida es sagrada.

De allí, que ante el gran misterio
de una senda que culmina,
sientas, en el cementerio,
que el alma nunca termina.

De allí, que veas lecciones
donde otros sólo ven drama,
porque cuando ven porciones
tú ves todo el panorama.

Por eso, mi buen amigo,
se podrán tener honores,
dinero, fama y abrigo,
y posesiones y amores.

Incluso el sol, y la luna,
y hasta la noche estrellada,
¡pero no hay mayor fortuna
que una “certeza elevada”!