El reproche, mi amigo, es esa arena
que al engranaje humano lo traba y frena,
y a la innata empatía de las personas,
la enfría, la contrae, la desmorona.

Cada vez que reprochas, estas diciendo:
“como yo te pensaba, ya no estás siendo”;
y así al “echarle en cara” tu decepción,
proyectas en el otro tu frustración.

Grasa o arena…, arena o grasa…
paciencia plena…, paciencia escasa…
Arena o grasa…, grasa o arena…,
vida irritada…, vida serena…

La grasa del elogio resulta, en cambio,
el suave lubricante del intercambio:
los engranajes giran sin obstrucciones,
y ruedan dulcemente las relaciones.

Ir prodigando encomios da resultado,
¡porque todos queremos ser bien tratados!,
¿o acaso no sonríe tu corazón,
cuando recibes una ponderación?

Grasa o arena…, arena o grasa…,
una trastoca…, la otra acompasa…
Arena o grasa…, grasa o arena…,
manos vacías…, o manos llenas…

Cuando percibimos que somos “lo mismo”,
-porciones divinas de un Gran Organismo-,
sentimos que vamos tras iguales cosas:
soltar las espinas…, y abrazar las rosas…

Arena o grasa…, grasa o arena…,
quedarse solo…, formar cadena…
Grasa o arena…, arena o grasa…,
¡y mientras tanto la vida pasa…!