Hay un viaje sereno y exquisito,
que todo lo satura de emoción…,
y nos pide tan sólo un requisito:
¡dejar que nos conduzca el corazón!

¿Cómo saber si es ese nuestro viaje?:
porque hay indicios que lo van marcando…,
y que aligeran nuestro aprendizaje,
casi…como si fuéramos flotando…:

cuando en cualquier instante vislumbramos,
-sin causa valedera…, porque sí…-,
que solamente somos lo que damos,
en nuestro breve paso por aquí…

Cuando el ansia carnal de los amantes
se eleva en los andamios del amor…,
y el fuego esplendoroso y palpitante,
se transfigura en exquisita flor…

Cuando cada momento es venturoso,
-tanto si llueve…como si hay sol pleno…-,
¡y somos inquilinos de ese gozo
que es exultante…y a la vez sereno…!

Cuando a cada traspié que vamos dando
le agradecemos su nítida señal,
porque aparece allí…, como indicando
que nos desviamos de lo principal…

Cuando al final de nuestro laberinto
llegamos plenamente a comprender,
que “el otro”, ya no “es otro”…, ni “es distinto”,
¡porque conforma nuestro propio ser!

Este viaje en la orilla de la luz
únicamente llegará a su fin,
cuando asumas que solamente tú
eres la danza…y eres el danzarín…

¡Ojalá que al andar por tu camino,
la pongas en su sitio a la razón…,
y permitas por fin, que en tu destino,
te empiece a conducir el corazón!