Porque oír al hermano,
es tenderle una mano
de forma singular…
¡qué alivio que refleja
cuando encuentra “una oreja”
que lo sabe escuchar!

Escuchar…, solo eso…,
como quien oye un rezo…
-y sin interrumpir-,
¡como si estar atento
fuese en ese momento,
tu razón de vivir…!

Escuchar…, concentrado…,
¡es un acto sagrado!,
¡una pausa de amor!,
que le imprime a la escena
la vibración serena
de un Orden Superior…

Estar allí…presente…,
completo…, totalmente,
y con plena atención,
¡ya alivia la tristeza
que muchas veces pesa
sobre su corazón…!

(¡No importa si él ignora
-en esa amarga hora-,
que el consuelo mayor,
proviene de escucharse
a sí mismo expresarse
sobre el propio dolor…!

Tu oreja es un pretexto,
para que en el contexto
de su desasosiego,
pueda ver, cristalinos,
los hilos del destino
que enmarañó su ego…)

Y cuando suavemente
su corazón doliente
se abra como una flor…,
sabrás, que al escucharlo,
le diste –sin pensarlo-
¡tu regalo mejor…!