Si es que tu dedo ya se está cansando
de vivir señalando,
y el cruel candado de la reprobación
te cerró el corazón,
verás que va cubriendo tu jardín
una niebla sin fin,
porque una flor ya no puede brotar:
la de “dejar pasar”.

Cuando el reproche, el juicio y la condena
acaparan la escena,
y la censura con la queja empalma,
la que sufre es el alma…

Y el corazón extraña la belleza
de querer con grandeza,
y su ilusión mayor se va apagando:
la de vivir amando…

Si prosigues allí, a contramano,
censurando a tu hermano,
sin comprender que aquí, codo con codo,
estamos juntos todos,
no has entendido que al tratarlo así,
¡te agredes también a ti!.

Y cuando parta aquél que heriste tanto
será inútil tu llanto,
y sumarás al frío de la noche
un triste auto reproche:
“estuve tan centrado en criticarlo
¡que me olvidé de amarlo…!”