Cuando alguien con agravios
te quiera provocar,
usa el modo más sabio:
el de no reaccionar.

Refrénalo a tu impulso…,
detenla a tu respuesta…,
anula tu arrebato
ante el que te protesta.

Sólo inspira muy hondo…,
y míralo a los ojos,
y observa a Lo Divino
detrás de sus enojos.

Deja que te resbalen
los dardos que está enviando,
y exprésale en silencio:
“yo igual te sigo amando”.

Y al ver que no reaccionas,
que no lo contraatacas,
que incluso le sonríes,
y que nada le achacas,

su iracundia de a poco
se quedará sin balas,
y se irá disipando
igual que las bengalas.

Quedará por el piso
su áspera reciedumbre,
¡y lo habrás desarmado
sólo con mansedumbre!,

que ante la intolerancia,
y ante la negligencia…,
¡así de poderosa
es la benevolencia!

¿Dices que es muy difícil
actuar así en la vida…?
¿Que estamos programados
para “ataque o huída”…?

¿Que eso viene de lejos…,
de la “herencia reptil”…
y accionar de otra forma
resultaría pueril…?

Eso pudo ser cierto
en la antigua conciencia,
cuando regía el viejo
“modo supervivencia”.

Pero ha cambiado todo…,
y ahora está en nuestras manos,
caminar por la Tierra
al modo “Nuevo Humano”.

Esta forma distinta
de ir con el alma abierta,
es el modo amoroso
del Hombre que despierta:

el que te acepta siempre,
que te quiere y te auxilia,
mientras dicen sus ojos:
“todos somos familia”.