Si yo tuviera la gran fortuna
de transmitirte sin duda alguna,
lo más valioso que he descubierto,
diría que llevas a “Dios encubierto”.

Tú formas parte a toda hora
de la sublime Gran Fuente Creadora;
más tal vez digas, sumido en llanto,
“ y si eso es cierto, ¿por qué sufro tanto?”.

Posiblemente te ves aislado,
solo, indefenso, y abandonado,
y te convences, en ese trance,
que Lo Divino no se halla a tu alcance.

Y es ese pleno convencimiento,
esa certeza de cada momento,
quien perpetúa tu condición
y te mantiene preso en tu prisión.

Si tú no cambias esa creencia,
no abres la puerta hacia “otra experiencia”,
y allí te quedas, igual que un ciego,
tras esa venda que nos pone el ego.

Pero si un día, ¡bendito día!,
le dices ¡basta! a esa medianía,
y te diriges a tu Interior,
entras a un bucle de increíble Amor.

Unirse al alma es tan profundo,
no se asemeja a nada de este mundo:
es tan sublime, tan especial,
que por momentos parece irreal.

Te sientes parte de Lo infinito,
porción sagrada de Lo Más Bendito,
y sin pasado, y sin futuro,
te vuelves ondas del Amor más puro.

Después de tantas vidas de andar,
¡el hijo errante vuelve al Hogar!
Y allí “conoces”, no por un texto,
ni porque alguien te contó al respecto.

“Sabes” pasmado, “del Dios adentro”,
porque la Fuente te sale al encuentro,
y en ese instante comprendes bien,
que si la buscas, ¡te busca también!