Si acaso en tu día a día,
tu mente hiciera añicos
tus sueños más hermosos
con pensamientos chicos,

repítete a ti mismo
con renovado empeño:
“¡soy demasiado grande
para pensar pequeño!”.

Y si ella aún intentara
convencerte en tu vuelo,
de que tus alas sirven
sólo a un metro del suelo,

sostén, mientras te llegan
ecos de Lo Infinito:
“¡soy demasiado grande
para volar bajito!”

Y si quizá una noche
tu confianza flaquease,
y una sombra de duda
pareciera que nace,

dite allí en el silencio
de tu Templo Interior:
“¡soy demasiado grande
para sentir temor!”

Y si siguiera actuando
esa programación,
que te habla falsamente
de tu limitación,

vuelve a decirte entonces
al verte ante el espejo:
“¡soy demasiado grande
para no ver más lejos!”.

¡Tenlo presente, amigo!:
si tu mente porfía
en fabricarte nubes
que mermen tu valía,

y esas nubes lo ocultan
al sol en tu andar diario,
recuérdate a ti mismo
a modo de inventario:

“¡tengo la maravilla
de un corazón abierto,
y algo que es más valioso
que el agua en el desierto:

poseo la fortuna
de amarlo a cada hermano,
y la dicha serena
de tenderle mi mano,

y el supremo alborozo
de mi Luz que se expande,
y todo en mi ser grita:
¡soy demasiado grande!”