Cuando te conectas con lo más sagrado,
con lo más sublime que hay dentro de ti,
la Creación entera se pone a tu lado
y es el Universo quien te abraza allí.

Es un “ser estando” y es un “estar siendo”
sin que ahora te afecte lo que te circunda,
porque dentro tuyo lo que vas sintiendo
es únicamente una paz profunda.

Siempre que consigues vincularte al Alma
vibratoriamente de forma constante,
es en ese estado de exquisita calma
que ya no te inquietan ni “el después” ni “el antes”.

Y al ir por la vida de un modo impasible
mirándolo todo desde el Yo Mayor,
fluye tu sonrisa de forma ostensible
pues rozas la fuente de Lo Superior.

El ver la existencia con la perspectiva
de quien ya ha dejado mil vidas atrás,
hace que sea tuya la paz mientras vivas…
y piensas sonriendo “¿quién precisa más?”

Sentirás entonces aceptación plena,
y con la mirada llena de piedad,
tocarás muy suave las almas ajenas
con esa dulzura que da la bondad.

Y es que cuando asumes que no hay diferencias
porque siempre en todos habita El Creador,
ya no te hace falta sumar más vivencias
para que en ti fluya, sereno, el amor.

Y si acaso el otro se muestra remiso,
le sigues brindando tu paz y tu luz,
y aunque continúe con la vista al piso,
tú, con lo que irradias, ya alivias su cruz.

¡Vive de esa forma de hoy en adelante!
porque lo más noble de la compasión,
es ir por el mundo de un modo radiante
a la vez que elevas tu actual vibración.

No hay mayor estrella que brille en tu pecho
y que más te impulse a dar ese salto,
que cuando tú dices “¡lo veo ya hecho,
ya soy un Ser puro que vibra muy alto!”

Y entonces tu aura se agranda, ¡se agranda!
de una bella forma que es hiper veloz,
y es que en tu mirada otro Yo es quien manda,
y exclama “¡Aleluya…, soy la Luz de Dios!”