Se encontraba aquél hombre muy enfermo,
su cuerpo seriamente desgastado,
y también su jardín estaba yermo
tal vez copiando su penoso estado.

La Medicina ya no podía hacer nada,
y el hombre en su fatídico destino,
en esa situación desangelada
solo esperaba el fin de su camino.

Su esposa le rogaba hasta cansarse
que procurase su propia sanación,
y le insistía en que podía curarse
utilizando la visualización.

Y para convencerlo le explicaba
que para recobrarla a su salud,
debía hacer a un lado el “cómo estaba”,
y cambiar completamente su actitud.

Y le decía: “para conseguir
tu reestablecimiento, mi querido,
no has de creer ¨que lo has de recibir¨:
¡debes creer ¨que ya lo has recibido¨!”

“Si tú le hablas al cuerpo con ternura,
le das las gracias por haber sanado,
y te yergues en toda tu estatura
pletórico, feliz y entusiasmado,

la mente sigue ¨el plano que trazaste¨,
y como un mozo atento y diligente,
te trae ese pedido que ordenaste…
-¡así es de poderoso el subconsciente!-”

“Cuando aceptas que todo está en tu mente,
tu poder de sanar se hace tangible:
¡todo es posible, de verdad, realmente,
cuando crees que nada es imposible!”

Y con inmenso amor, más le insistía:
“aunque te suene a que te estás mintiendo,
figúrate irradiando lozanía,
imagina que estás resplandeciendo!”

Y él respondía de mala manera:
“¡no me vengas a mí con ese cuento,
son chifladuras de los ¨nueva era¨,
supersticiones sin un fundamento!”

“Pero si crees tanto en esas cosas,
¡demuéstrame tú misma que eso es cierto!:
úsala a esa creencia milagrosa,
¡revívelo al rosal que ahora está muerto!”

Y completaba, viendo la planta inerte:
“sé bien que si lo intentas, será en vano,
pero te juro que si lo reviertes,
empezaré a visualizarme sano.”

Y ella lo tomó en serio al desafío,
y una vez, y otra vez, día tras día,
imaginaba, con incansable brío,
que el rosal bellamente renacía.

Y se decía, como añadidura:
“por el poder de Dios que en mi poseo,
y porque mi intención es noble y pura,
¡plasmado está lo que en mi mente veo!”

Y mientras ella oraba ardientemente,
y él se acercaba más a su final,
el tiempo iba pasando indiferente,
y no había ningún cambio en el rosal.

Ya desahuciado, lleno de pesimismo
mientras la enfermedad lo iba acabando,
él la miraba con escepticismo,
y ella seguía allí, visualizando.

Y un día, ya hecho un saco de despojos,
él miró hacia el rosal con una mueca,
y fue lo último que vieron sus ojos:
un brote verde…, sobre la rama seca…