¡Qué hermoso si pudiera cada hermano,
al menos una vez en esta vida,
percibir dentro suyo el dulce estado
de una conciencia alta y expandida!.

Sentir el hormigueo en la columna,
la Kundalini que se despereza,
y esas oleadas de energía pura
que van del perineo a la cabeza.

Y ese gozo, ese gozo inexplicable
que no cabe en ninguna descripción,
ese suave deleite inolvidable
que no tiene en la Tierra parangón.

Dejar de ser de pronto el prisionero
de una pequeña cárcel material,
y trepar los andamios de otro Cielo
en un instante puro, intemporal.

Y rendirse extasiado ante esa ofrenda
-tan milagrosa como inmotivada-,
que quita de tus ojos una venda,
y te hace Todo, al hacerte Nada.

Y ser aroma en el jazmín cercano,
volverse resplandor en el ocaso,
sentirla a la galaxia entre las manos,
y recorrerla… sin andar ni un paso…

Y al retornar, notar algo exquisito,
como si te envolviera un dulce arrullo:
le diste una probada a Lo Infinito,
¡y sabes que lo llevas dentro tuyo!

¡Ojala, amigo, llegue a ti esa Gracia,
ese regalo, ese bendito don,
ese arrebato cósmico que sacia
la inexplicable sed del corazón!