Aquí estoy, ante usted, su Señoría,
supuestamente ejerciendo mi defensa…,
más no consigo comprender todavía,
cuál habría sido, Señor Juez, mi ofensa…

Me pregunto qué debería defender,
si mi “pecado” fue sencillamente
exhortar en una plaza, antes de ayer,
a que abra al fin su corazón la gente…

De “alteración del orden”, Señoría,
me acusa usted en esta citación…
(¡que bendito desorden que sería,
que nos uniera la misma compasión…!)

¿Es delito pedir que nos amemos…?
¿Que cuidemos los unos de los otros…?
¿Que detrás de las máscaras hallemos
la sonrisa de Dios en cada rostro…?

Si acaso contravine alguna norma,
seguramente fue a una Ley Divina…,
por no ver lo Sagrado en cada forma,
ni dar mi corazón en cada esquina…

¿No alcanza a vislumbrar, su Señoría,
que es cuestión de elevar nuestra conciencia?
Y hacia allí es que apuntaba el otro día,
mi verbo en un exceso de elocuencia…

Cuando en el otro vemos a un hermano,
su bienestar es nuestro bienestar…,
y en su mano se posa nuestra mano…,
y se abre el corazón de par en par…

¿A quién habría que aplicar Justicia…?
-y con esto termino mi alegato- :
¿al que exhorta al amor y a la caricia…,
o al que incita a pelear a cada rato…?

Si es un delito amar, su Señoría,
le aseguro que ver al mundo como es…,
me provoca una herida cada día…
¡y ese es ya mi castigo, Señor Juez…!