Luciérnaga divina,
del embrujo envolvente…,
¡a todos nos fascina
tu luz intermitente,

cuando va anocheciendo,
y comienzas tu juego…,
como chispa surgiendo
yo no sé de qué fuego!

¡Te admiro!, pues te atreves
a jugar a ser sol…,
¡sabiendo que es tan leve
la luz de tu farol!

A veces has posado
tu destello en mi palma…,
y en ese instante alado…
¡cómo me canta el alma!

Y ante tu brillantina,
te he indagado, gentil,
“¿de qué modo ilumina
tu pequeño candil?”

“Por ¨bioluminiscencia¨ ”
me dicen muy orondos
los que saben de ciencia,
y las van de sabihondos…

Pero yo, boquiabierto,
y absorto en mi fortuna,
les digo que no es cierto:
¡que es con fulgor de luna!

¿Sabes, luciernaguita,
que al tomar nuestro tren,
en la ruta ya escrita,
te imitamos también?

Porque mientras marchamos
actuando nuestro rol,
¡ya en el pecho llevamos
nuestro propio farol!

Aunque él, en la penumbra,
irradia en forma vaga…,
¡porque a veces alumbra…,
y otras veces se apaga!

(¡Quién pudiera, en su senda,
-de un modo limpio y claro-,
conseguir que se encienda…,
y se transforme en faro!,

y alivianar la herida
del que carga su cruz,
¡y pasar por la vida
transfigurado en luz!)

¡Ah…, luciérnaga bella
que en el aire alucinas!,
¡pedacito de estrella
que todo lo iluminas!

¡Aviva en mi la lumbre
con la que vine aquí!
¡Ayúdame a que alumbre!
¡Contágiame de ti!