Pasaba por la vida deseando el bien
y de un modo sereno lo transmitía:
ante cada persona que se cruzaba,
“¡quiero tu bien!”, pensaba… y sonreía…

Sin importar en dónde se la encontraba
(la calle, la oficina, o el almacén),
le decía mentalmente, con alegría,
mientras le sonreía: “¡quiero tu bien!”.

“¡Lo mejor para ti!”, vivía irradiando,
y todos percibían el dulce impacto:
las intenciones “viajan” de tal manera,
que llegan a quien fuera… casi en el acto…

Esos buenos deseos y la sonrisa,
configuran la dupla más poderosa,
porque esas vibraciones besan el alma…
como el rocío del alba besa las rosas…

Y cuando las emites sin restricciones,
-incluso a la persona que te molesta-
surge una luz distinta que te ilumina,
pues tu Parte Divina se manifiesta…

Cuando vas más allá de lo aparente,
de lo multiplicado y lo diverso,
al desear bien a todos, lo que te guía
es la pura energía del Universo.

Porque tras de los velos de los sentidos,
y detrás de la falsa separación,
todos, sin excepciones, hemos surgido
del Divino Latido de la Creación.