¡Amanecer…, dorado y esplendente…:
me insuflas el vigor de lo que empieza,
cada vez que me rozas en la frente,
y tu beso de luz me despereza…!

Más tarde, mediodía sosegado,
me traes el reposo de una pausa…,
y es hora de evaluar lo trajinado
y comprobar si todo al fin se encausa…

Y luego llegas tú…, precioso ocaso,
para llevarte el mundo lentamente…,
¡y quiero acurrucarme entre tus brazos…,
y marcharme contigo…en el poniente…!

Pero después la noche, -¡dulce amada!-,
con su néctar de estrellas me emborracha…,
¡y se me antoja que se vuelve un hada
cuando miro sus ojos de muchacha…!

Y así…, mientras hilvano mis quehaceres,
del alba hasta el ocaso, con premura,
sospecho, día, que en verdad tú eres
una vida total en miniatura…

Porque eres en la aurora, nacimiento…;
al mediodía, eres maduración…;
en el ocaso, eres retraimiento…,
¡y por la noche, eres liberación…!

Y si en tan sólo veinticuatro horas
resumes por completo la existencia,
yo me propongo, día…, aquí y ahora,
¡absorber cada gota de tu esencia…!

Voy a beber tu miel con tal derroche
de pasión, de arrebato, y de quimera,
que te podré decir ya por la noche:
¡hoy he vivido en ti…, la vida entera…!