Escucha, amigo…, quisiera preguntarte…,
-porque hay algo de ti que no comprendo-:
¿cómo es que no parecen afectarte
los contratiempos que te van sucediendo…?

Si pierdes un avión… ¡no desesperas!;
alguien te mira mal… ¡y no lo juzgas!;
te asaltan en la calle… ¡y no te alteras!;
te encierran con el coche… ¡y no lo insultas!;

En la oficina a veces te difaman,
y murmuran de ti cosas extrañas…,
¡y tú sonríes…, sin decirles nada,
sin defenderte ante las patrañas…!

Da la impresión que te armaras un mundo
hecho exclusivamente a tu medida,
en donde no penetran, furibundos,
los continuos percances de la vida…

¡¿Qué secreto cobijas, compañero,
que nunca se te ha visto anonadado…?!
¡¿Cómo puedes estar siempre sereno?!
¡¿Eres algún Maestro disfrazado…?!

Si acaso te confunde, amigo mío,
el observarme a veces “sin reacción”,
como si todo “me diera lo mismo”,
te contaré cual es la explicación:

¿Has visto que puntuamos cada cosa,
de lo más…a lo menos relevante,
y a menudo, de forma presurosa,
se nos mezclan lo urgente y lo importante?.

Y en base a ese automático puntaje
fluctuamos de lo grato…al sobresalto:
“esto bien justifica que me amargue”…,
“aquello puedo pasarlo por alto”…

Y así oscilamos como las veletas
según el viento de las situaciones,
girando como tristes marionetas…,
¡simples esclavos de las emociones!

¡Yo antes también puntuaba mis instancias!:
esto un ocho…, esto un cinco…, o esto un tres…,
pero dejé de darles importancia
cuando a “sentirme en paz”… ¡le puse un diez!