Dulces las horas de la primavera
regalando belleza por doquier…,
¡y ese esplendor con que la vida entera
nos habla de su eterno renacer…!

Dulces las horas del ardiente estío…,
las tardes de oro puro bajo el sol…,
cuando el tiempo desplaza su navío
con esa lentitud del caracol…

Dulces las horas del otoño leve,
con su manojo triste de añoranzas,
en esos días en que llueve…, y llueve…,
y junto al agua, llueven remembranzas…

Dulces las horas del invierno frío…,
junto al remanso de la chimenea,
mientras la nieve como un blanco río
por las calles heladas serpentea…

Dulces las horas de la primavera…,
dulces las horas del ardiente estío…,
dulces la horas del otoño leve…,
dulces las horas del invierno frío…

(Pero hay un requisito, compañero,
para ese sosegado disfrutar…,
¡porque las horas sólo se hacen dulces,
si es dulce nuestro modo de mirar…!)