Tuviste tantas vidas…, y tantas tendrás,
en esta larga senda que hay que recorrer…,
mientras vamos de vuelta camino al hogar,
y en muchas fuiste hombre…, y en muchas, mujer…

Y tuviste existencias de inmensa tristeza, de enorme inquietud…,
cargado de dolencias…,
lleno de desazón…,
más también transitaste por vidas felices con plena salud…,
que hay que pasar por todo
en la evolución…

Pero a pesar de tanto y tanto vaivén,
tuviste en todas ellas total libertad
para elegir el modo que te sienta bien,
de abordarlo al instante…, tan breve y fugaz…

Podías abrazarlo con dulce emoción,
y desplegar tus alas y echarte a volar,
al expandir las puertas de tu percepción…,
pero también podías dejarlo pasar…

Cuando eliges sentirlo con todo tu ser,
y abrazas con el alma tu “ahora y aquí”,
no hay circunstancia alguna que tenga poder,
ni mando ni dominio, jamás sobre ti…

Cada vez que te fundes con lo que contemplas en divina unión,
te sumerges en aguas
de un Orden Superior:
la plenitud lo embarga de un modo absoluto a tu corazón,
y en ese instante de oro
te vuelves Amor…

Y ya no importa nada que pueda pasar…,
no importan tus problemas de amor o salud…,
ni la supervivencia te llega a inquietar,
porque ahora has encontrado tu Fuente de Luz…

Y eres mirando al cielo, la nube que va…,
y el pétalo más rojo del rojo clavel…,
y el resplandor dorado del rayo final
con que se va en silencio el atardecer…

Y eres la lluvia mansa que besa al jazmín…,
y eres del arco iris su eterno fulgor…,
y con cada holograma que llega hasta ti,
eres lo percibido…, junto al perceptor…

Y sin más recuerdos y sin más proyectos llegas a sentir,
una alegría sin causa
que enmudece tu voz…,
y percibes entonces en la maravilla del puro fluir,
en ese eterno ahora…
la paz de Dios…