La fugacidad es norma, y este tiempo que tenemos
es un viajero huidizo que se va sin avisar,
y de a poco, gradualmente, lentamente comprendemos
que hemos venido a este plano, solo a pasar…, y pasar…

Por eso, cuando la vida te muestra su cara triste,
y aquello que hasta ti llega, te intranquiliza o te indigna,
para aliviar esa pena que sin pudores te embiste,
“¡esto pasará también!”, tendrá que ser tu consigna.

Tomar conciencia de que ello es efímero y fugaz,
de que nada permanece, de que todo es transitorio,
en medio de tu tormenta te abre una isla de paz,
y percibes que el suceso es, en esencia, ilusorio.

Entonces te desentiendes de lo ficcional del drama,
empiezas a vislumbrar las dos facetas del juego,
y constatas, complacido ante el nuevo panorama,
que despacio, suavemente, se instala en ti el desapego.

Y por si acaso quisieras expandir más tu conciencia,
cuando todo te sonría y tu vida sea un edén,
y la dicha espolvoree su brillo por tu existencia,
entonces dite de nuevo: “¡esto pasará también!”

Y al ver que lo impermanente va alternando pena y gozo,
entrarás, aún sin buscarlo, en un viaje espiritual
hacia un Espacio Sagrado sin tristeza ni alborozo,
un ámbito luminoso por encima de lo dual.

Tu mirada se hará suave…, tu sonrisa, imperturbable…,
¡ya nada de lo que pase podrá conmoverte aquí!,
y cual nuevo Buda urbano, siempre dulce, siempre amable,
estarás en este mundo…, ¡sin que ya el mundo esté en ti!