¡Escúchame, María…, ya no te angusties más…!,
cada cosa que pasa tiene razón de ser…,
y ese padecimiento que hoy no te deja en paz,
lleva oculto un regalo para hacerte crecer…

¡Sí…, ya lo sé, María…, tu situación es dura:
has perdido tu casa…, tu esposo desempleado…,
tu hijo menor enfermo… y aquella duda oscura
que en tus ojos parece que se hubiese instalado…

¡Tienes razón, María…, cuando ves todo adverso…!
y sé que incluso a veces, no quieres seguir viva…,
por eso es que te pido que hagas un gran esfuerzo
para mirar las cosas desde otra perspectiva…

Detrás de esa tiniebla que te ahoga, María,
tu corazón de a poco va aprendiendo a soltar,
cuando en esos momentos brevísimos del día,
te dices: “¡pues que llegue… lo que deba llegar…!”.

Lentamente comprendes en aquellos instantes,
que nada “de allí afuera” puede causarte daño,
y que esas circunstancias tan atemorizantes,
son sólo aprendizajes…, peldaño tras peldaño…

Y que detrás del juego de tanta dualidad,
subyace una conciencia permanente y serena…,
un estado de gracia, sosiego y levedad,
que no le da cabida ni al dolor ni a la pena…

El dejar que la vida sea tal y como es,
-un desfile alocado de espinas… y de rosas…-
disuelve la tristeza con suma rapidez,
¡porque ya no dependes de cómo sean las cosas!

Y percibes entonces que allí en tu corazón,
empieza a producirse una alquimia notable,
al sentir por momentos la extraña sensación
de que por dentro tuyo… ¡eres inafectable!

Esa quietud serena todo lo llena… ¡todo!,
de una paz sin motivo…, de una suave alegría…,
y te lleva a que mires la vida de otro modo…,
porque cambian tus ojos…, mi querida María…