El modo en que a ti mismo te defines
fija el alcance de lo que percibes:
para poder ampliar tu percepción,
debes cambiarla a tu definición.

Lo que piensas de ti es esencial
para ensanchar tu marco perceptual,
porque si miras con mirada corta,
nunca verás lo que realmente importa.

Sí, es difícil…, pero es fundamental,
reescribir tu noción de “lo normal”,
y el gran escollo es la incredulidad:
¡no crees que hay en ti Divinidad!

Y al no admitir que guardas Lo Divino,
lo restringes tú mismo a tu destino,
porque al no ampliar tu estado de conciencia,
se queda en ti escondida Tu Presencia.

Si le dieras cabida a tu Maestría,
¡te asombrarías de tu sabiduría!,
y con la unción de aquél que se santigua,
te admitirías como un Alma Antigua.

Y entonces, con tan sólo estar “presente”,
harías contacto, casi inmediatamente,
con tu Átomo-Simiente, allí en el centro
del Corazón de Luz que llevas dentro.

Pero si no te acercas a ese plano,
te seguirás creyendo “sólo humano”,
indefenso y pequeño ante la vida,
y sin ver que tu Luz ya está encendida.

Y si acaso no crees lo que digo,
¡quédate a solas con tu Yo Testigo!,
pregúntale si Dios se encuentra en ti,
y una voz suave te dirá que sí.

¡Vamos, amigo, mírate distinto,
elévate sobre tu laberinto,
que al ampliar de ti mismo tu visión,
cambias de cuajo tu definición.

Pasas de verte como un ser pequeño
que está sumido en un profundo sueño,
a verte como un ser angelical,
teniendo una experiencia terrenal.

Y aunque aún no puedas contemplar tus alas,
te elevarás sobre las cosas malas,
y sentirás feliz, año tras año,
¡que nada, nada… puede hacerte daño!

Por eso es que te insto, camarada:
¡deja que resplandezca tu mirada!,
a tu anterior visión dale el relevo,
y de una vez, ¡defínete de nuevo!