Cuando veas un arco iris encamínate hacia él,
sumérgete en sus naranjas, sus rojos, su añil pastel,
y luego cuánticamente asume en ti esos colores,
como si te transformaras en pétalos de mil flores.

Vuélvete por un momento una cascada de tules,
juega con verdes intensos o con etéreos azules,
y ebrio de una epifanía que jamás habías sentido
percibe que hay otros planos que aún no habías conocido.

Y mientras inspiras hondo, lo dejas al mundo atrás,
a la vez que te conviertes en un cántaro de paz,
y casi sin darte cuenta cambiará tu vibración,
casi como si pusieras un pie en otra dimensión.

Es que allí tan solo existen la placidez y la calma,
porque ese plano es interno: ¡es el espacio del Alma!
Y el mundo seguirá andando con sus líos y sus pujas,
¡más ya no podrá afectarte adentro de esa burbuja!

Y es que los rollos “de afuera” no hallan allí validez,
mientras la Luz te acaricia de la cabeza a los pies:
es un instante perfecto de Sagrada Comunión
con la Esencia que te habita adentro del corazón.

Ella te lleva a que dances con El Todo y con La Nada,
y en medio del sortilegio de esa danza tan sagrada,
te sientes en cierta forma casi como angelical,
como si recuperaras tu Inocencia Primordial.

Y cuando vuelvas al mundo volverás modificado,
porque de ese Plano Interno se retorna iluminado:
la percepción se amplifica de una forma tan profunda
que toda tu vida cambia de una manera rotunda.

Cada hebra de tu “ahora” se renovará en belleza,
en magia, en deslumbramiento y en dulce delicadeza.
Y es que en la Nueva Energía que ya se despliega aquí,
no necesitas permisos para ser La Luz en ti.