“¡Claro que amo a la gente…!” –siempre decía-,
cuando verificaba, prolijamente,
si cada vez que daba…, recibía…:
¡para él todo era un trueque, simplemente!

“¡Claro que amo a la gente…!” –manifestaba-,
mientras iba orquestando, sin miramientos,
el juego de poder que más gozaba:
¡el de manipular los sentimientos!

“¡Claro que amo a la gente…!” –se repetía-,
aunque no reparaba más que en sí mismo…,
y pensar sólo en él, …día tras día,
¡era a la vez su Credo…y su catecismo…!

“¡Claro que amo a la gente…!” –se confortaba-,
pero andaba, a su modo, cerrando puertas…
porque exigía del otro lo que él no daba…
¡y sus promesas eran como hojas muertas…!

“¡Claro que amo a la gente…!” –seguía diciendo-,
aunque nunca regaba las flores nuevas…
que de a poco, sin agua…iban muriendo…
¡ya sin más esperanzas de que un día llueva…!

“¡Claro que amo a la gente…!” –balbuceaba-,
sin llegar mínimamente a comprender,
que al Amor…¡ni siquiera lo rozaba…!,
…porque amar…, ¡es un estado de ser…!

Y aunque nunca sintió esa algarabía…,
ni abrió su corazón sinceramente…,
aún en su soledad, …se repetía…:
¡claro que amo a la gente…!