Atenuaste la luz que en tu interior brillaba…;
en un rincón del alma guardaste tu ilusión…,
y tal vez temeroso de quien mal te miraba,
¡le bajaste el volumen a tu propia canción!

Y después de tan largo, insoportable encierro,
te animas a salirte de aquél oscuro armario,
para decirle al mundo que hallaste en tu destierro,
¡las letras luminosas de un nuevo abecedario!

Y ahora por fin te paras sobre tus propios pies,
poniendo por bandera tu amorosa verdad,
para dar testimonio, ya de una buena vez,
de tu luz…, de tu amor…y de tu integridad…

¡Eres el precursor de un tiempo de esperanza…,
ese que hace ya rato que tú empezaste a ver!,
mostrador del sendero de la fe y la confianza,
¡ha llegado tu hora, por fin, de florecer…!

Y no temas, amigo, si tal vez no te entienden,
tus seres más cercanos, allí, a tu alrededor:
¡tú tan sólo confía…, confía ciegamente
en que estás sostenido por tu fuerza interior!

Cuando dejas que brille tu ser más verdadero,
va quedando la huella de tu Divinidad,
en cada uno de aquellos que hallas por el sendero,
más allá de las formas…, de la piel…, o la edad…

Y si acaso un hermano, al pasar, te critica,
envuélvelo en un manto de dulce compasión,
desde esa luz radiante…, que en ti se multiplica,
¡cuando al fin te decides a cantar tu canción…!