¡Maravilloso, corazón…, maravilloso…,
cuando acaricias…, cuando ríes…, cuando juegas…,
angelical en tu inocencia y en tu gozo…,
y tan pletórico de amor cuando te entregas…!

¡Tan deslumbrado, corazón…, tan deslumbrado…,
que no precisas de motivo ni razón,
para llevarme en un instante hasta ese estado
en que se vuelve de cristal mi vibración…!

¡Inigualable, corazón…, inigualable…,
en tu manera magistral de convertir
la sombra en luz…, el rictus duro en gesto amable…,
y la tristeza, en alegría de vivir…!

¡Tan victorioso, corazón…, tan victorioso…,
que ni siquiera te hace falta alzar la voz:
tu desvaneces la fricción y el trato odioso,
cuando en el otro, simplemente, ves a Dios…!

¡Iluminado, corazón…, iluminado…!:
cuando la Vida me ha dejado en el andén,
me has hecho ver que yo era aquél…, allí…, varado…,
¡pero también el maquinista de ese tren…!

¡Yo te venero, corazón…, yo te venero!:
eres el ancla que me aferra a lo fugaz…,
eres el faro que abrillanta mi sendero…,
y eres las alas que me elevan más y más…

¡Quiero fundirme en tu bendita mansedumbre!
¡Quiero perderme en tu belleza y tu pasión!
¡Quiero tener de ti la luz que más alumbre…,
alucinado…, esplendoroso corazón…!