-“¡Vamos…, vamos…barquero…! ¡Llévame al otro lado…,
que tengo que cruzarlo a este río encrespado…!”
-“¡Lo haré…lo haré, viajero…, lo haré de muy buen grado…!,
más es preciso, amigo, que me digas primero,
de dónde estás viniendo, mi apreciado viajero…,
…por qué tienes apuro para ir adónde vas…,
y si acaso te cruzo…con qué me pagaras…”
-“¡Que importa eso, barquero…! ¡Tu cumple tu función…!,
¡cruzar a los viajeros…!: ¿no es esa tu misión…?
aunque por tus servicios, -como compensación-,
mi cuenco y mi bastón he pensado en dejarte…
¡incluso mis sandalias también puedes quedarte…!,
y mi querido manto, desgastado y marchito…,
¡que a dónde me dirijo…ya no lo necesito…!”
-“¡No me entiendes, viajero…! A lo que me refiero,
es al pago que debes realizarme primero…
¡y no me hables de bienes, de ropas o dinero…!,
¡no finjas ignorarlo…, por favor, te lo ruego…!:
sabes bien que se trata de tu último apego…,
porque cuando lleguemos por fin al otro lado…
¡ya no podrás, amigo, descruzar lo cruzado…!”
-“¡Estás bien entrenado…, oh , barquero implacable…!,
y en cierto modo…¿sabes?…, ¡me haces sentir culpable…!
…y un poco ladronzuelo…y un poco miserable…,
pues has leído en mi alma como en un libro abierto…,
y así, de esa manera, amigo, has descubierto
que intentaba llevarme, oculto, bien guardado,
¡el olor de las rosas del jardín que he dejado…!”
-“Debes cruzar, viajero, sin ninguna atadura…,
así como llegaste…, sin una añadidura…,
con el alma serena, y la mirada pura…
¡y ese será mi pago…!, los restos de tu apego… :
dejarás en mi bote las hilachas del ego,
sin aferrarte a nada cuando se acerca el fin…
¡…ni siquiera al aroma del que fue tu jardín…!”