¡Que grandioso que sería
si por saludo sincero,
en lugar de usar “¡buen día!”,
nos dijéramos “¡te quiero!”

Un “te quiero” es la argamasa
del afecto verdadero:
¡quién no baja sus corazas
al escuchar un “te quiero”!

¡Quién no esboza una sonrisa
que lo alumbra por entero,
y que se esparce en la brisa
con aroma a duraznero!

Un “te quiero” va diciendo:
“¡te reconozco, viajero…,
que en el tren en que estás yendo,
vamos juntos, compañero…!

Y te celebro…y te canto…,
y te honro…y te venero…:
¡somos las hebras de un Manto
que tejió el mismo Hilandero!

Y me río con tu risa…,
con tu dolor desespero…,
y me apuro con tu prisa…,
porque sí…, ¡porque te quiero…!”

Cada “te quiero” nos une
en un sentir duradero:
¡nos amalgama y reúne
como arcillas de alfarero!

Los otros, ya no son “otros”:
no hay segundos…, ni hay primeros…
¡que todos somos “nosotros”
cuando decimos “te quiero”!

¡Imagina si en los bares…,
oficinas, merenderos,
en la calle, en los hogares…
y por todos los senderos…,

con manifiesta alegría,
y con cariño sincero,
en vez de decir “buen día”…,
nos dijéramos “te quiero”…!