Aquí estás por un motivo
que no puedes soslayar:
asumir tu gentileza,
ser amable, perdonar.

Más no puedes, camarada,
volverte un Faro de amor,
si a tu Luz no le permites
brillar a tu alrededor.

Y la forma acelerada
de permitirlo a ese brillo,
es verlos a los que yerran
¡como si fueran chiquillos!

Cuando miras sus procesos
con elevada intención,
te transformas en ejemplo
de esa ampliada comprensión.

Y aceptas las impurezas
de quienes van a tu lado,
¡porque a su modo batallan
con sus oscuros costados!

¡No importa si acaso algunos
no se han comportado bien,
si tal vez te han ignorado
o tratado con desdén!

Tú irrádiales suavidad,
y calidez y dulzura,
¡si al fin esta vida es solo
una ilusión que no dura!

Y desentiéndete luego
de si es recíproco, o no,
que lo relevante es dar,
y no si lo agradeció.

Al actuar de esta manera
con sincera compasión,
dejas atrás para siempre
tu viejo caparazón.

De este modo justificas
tu razón de estar aquí,
porque encarnaste, mi amigo,
¡para transformarte a ti!

Y reconversión tan grande
requiere más que bondad:
¡se precisa ser valiente
para irradiar claridad!

¡Ya no escondes la cabeza
como lo hace el avestruz!,
¡resplandeces, resplandeces,
y hace milagros tu Luz!